Categoría: Entrevista

  • «Hay que recuperar el estilo de vida paleolítico. La vida del pueblo, que es neolítica, es lo más parecido»

    «Hay que recuperar el estilo de vida paleolítico. La vida del pueblo, que es neolítica, es lo más parecido»

    El paleoantropólogo, premio Príncipe de Asturias a la Investigación Científica y Técnica, se declara “totalmente epicúreo”, un espíritu inquieto que disfruta compaginando su importante labor divulgativa con una cátedra en la Universidad Complutense de Madrid o la dirección del Museo de la Evolución Humana de Burgos. Siempre activo, pero nunca estresado, como un buen paleolítico, no ceja en su empeño de ponernos una y otra vez frente al espejo retrovisor de una naturaleza de la que cada vez nos alejamos más rápido.

    La muerte explicada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara), segundo volumen de su colaboración literaria con el escritor y periodista Juan José Millás, plantea, de forma accesible y pedagógica, algunos de los grandes enigmas relacionados con la longevidad, el envejecimiento, la transmisión genética o la muerte de las distintas especies.

    Hay una idea que me surge leyendo el libro continuamente. Desde un punto de vista científico, ¿es la muerte lo que da sentido a la vida?  

    Desde un punto de vista científico, la muerte es un fenómeno que sucede y no tiene ningún sentido. La búsqueda del sentido se aplica exclusivamente a los seres humanos. ¿Qué hace que nosotros nos muramos a los 90 años y un ratón a los tres? Eso es biología. Hay causas, pero no sentido. Eso pertenece a la metafísica.

    Usted es un férreo defensor de la teoría del lastre genético. La evolución entiende que a los 60 años deberíamos estar muertos y nos deja a merced de mutaciones genéticas perjudiciales como el alzhéimer, que finalmente nos matan. ¿Existe alguna razón para que esa frontera esté en 60 años? 

    No existe ninguna razón, decimos 60 porque hay que poner una edad para que la gente lo entienda, pero valdría lo mismo 69 que 64. De hecho, yo lo que digo es que somos una especie que vive siete décadas.

    Evolutivamente, ¿la vejez tendría alguna función? Una vez que te has reproducido y has criado a tus hijos, ¿te podrías morir tranquilamente porque ya habrías cumplido con tu labor?

    Pero no por eso, no porque hayas cumplido con ninguna función sagrada. Eso implicaría que en la naturaleza existe un “para” y no es así. La selección natural no tiene ojos para el futuro, actúa a nivel individual, no se preocupa por la especie. La pregunta es ¿por qué no viven todas las especies 80 años como nosotros? Un conejo vive tres. Ha hecho una apuesta y, como va a vivir poco, se desarrolla muy deprisa y se reproduce muy al principio de su vida. Nosotros nos desarrollamos muy lentamente, producimos un cerebro muy grande que nos hace muy listos. Esa es nuestra apuesta. Habría que ver por qué somos capaces de reproducirnos hasta determinados años. Hay especies que son capaces de reproducirse indefinidamente, otras que no envejecen, como el bogavante, que es uno de los protagonistas del libro. Otro del que se habla es el pulpo, que plantea un reto a la biología, ¿por qué una especie tan inteligente vive tan poco? El pulpo se reproduce y muere, aparentemente se suicida, pero nosotros no funcionamos así. 

    ¿Cree que hay margen para prolongar la vida? ¿Cree que ese punto ciego de la evolución natural puede retrasarse?  

    No, yo creo que no. Nuestro caso es el mismo que el de los animales domésticos. Es decir, por medios artificiales podemos mantener con vida a ratones, perros o humanos más allá de lo que vivirían si tuvieran que ganarse la vida en el medio natural. Se prolonga durante un tiempo y, más allá de ese tiempo, no es posible sin una edición genómica. Lo que se puede hacer, y se hace, es mejorar la calidad de vida. En una generación o dos, pasar de los 100 años en el primer mundo será bastante habitual o casi esperable, pero más allá no, porque habría que cambiar los genes. Hay que explicar a la gente que este mundo material en el que vivimos tiene límites y nosotros estamos hechos de materia. Es bueno que la gente sepa que este es un mundo limitado en recursos, en todo. Mejor nos va a ir. 

    Esa utopía que dice “¡viviremos 150 años, no daremos ni golpe o viajaremos a la velocidad de la luz!”, no va a ninguna parte. Prefiero esa otra utopía en la que viviremos mejor, en armonía, en paz, menos estresados porque habrá un mejor reparto de la riqueza, menos injusticias… Cada uno tiene su utopía y la mía no es vivir 150 años, sino estar aquí tranquilamente tomándome un café por las mañanas. Otra cuestión distinta es cómo nos vamos a organizar cuando la gente viva 95 años de media y jubilándonos a los 65, que está muy bien, pero ¿quién lo paga?

    Desde el punto de vista conservacionista, se dice que, si seguimos deteriorando los ecosistemas, la naturaleza persistirá y los que desapareceremos seremos nosotros, ¿eso es una amenaza realista? ¿Podemos pasar de los siete u ocho mil millones de personas a desaparecer realmente como especie? 

    Esa idea de que el futuro ya está escrito porque es una prolongación del pasado es un error. Hay un libro muy importante sobre el tema, que se llama El cisne negro, que dice que el futuro no se puede predecir simplemente prolongando las tendencias del presente. Lo que sí hay es una recta de consumo creciente de energía. Yo consumo mucha más energía que mis padres, pero muchísimo más. Y mis padres consumían muchísima más energía que mis abuelos, y hasta ahí, porque de ahí hacia atrás no hay prácticamente cambio en el consumo de energía entre generaciones. Eso quiere decir que tenemos una demanda creciente de recursos energéticos. Pero el futuro no se predice, el futuro se hace, se construye.

    Otro concepto importante que aparece en el libro  indica que ‘la vida es inmortal’, que no pertenece a nadie y atraviesa a los individuos de las distintas especies durante un tiempo, que no hay muerte sino renovación. Vida que se desplaza mientras el ecosistema permanece, ¿es esto sostenible en tiempos de crisis climática? ¿No es el cambio climático el fin de la inmutabilidad de los ecosistemas?

    Pues no, no es sostenible. Permanecerá el Real Madrid, las instituciones, esas cosas permanecen. Lo intangible permanece, lo que es inmaterial. Los ecosistemas nos los estamos cargando directamente, eso es una realidad. Hasta dónde vamos a llegar y qué va a pasar en el futuro no lo sé. Eso tendréis que decidirlo la gente joven ¿Tú qué vas a hacer? Yo ya soy viejo y lo que tenía que hacer ya lo he hecho. Para lo bueno y para lo malo. Es una pregunta que debemos hacer los viejos a los jóvenes. Yo se lo digo a mis alumnos, ¿qué pensáis hacer?

    Hablando de sus alumnos, ¿qué importancia confiere a la docencia y a la transmisión de conocimientos desde un punto de vista evolutivo?

    La labor de profesor no ha cambiado mucho desde que existe la universidad. Desgraciadamente hay una especie de inmovilismo. Se tiene que seguir un programa. La labor del profesor debería ser fomentar el debate y el conocimiento, no seguir un programa. Hay que enseñar a pensar.

    Volver a lo paleo

    En una entrevista hace un par de años usted dijo que nuestros antepasados no vivían para trabajar toda la semana e ir a hacer la compra los sábados. ¿Qué hemos perdido en el camino? ¿Vivimos peor, tan alejados de la naturaleza, que nuestros antepasados más remotos? 

    No hemos vivido mejor hasta el siglo XX. No vivía más ni tenía mejor alimentación o salud un campesino de Castilla en la Edad Media que un cazador-recolector. Realmente, la vida, la calidad de vida, ha mejorado a partir de la segunda mitad del siglo XX. Si me dieran a elegir entre ser un minero galés del siglo XIX o un hombre del paleolítico, me quedaba sin pensarlo con un habitante del paleolítico. Ahora, si puedo ser un madrileño del siglo XXI, me quedo con esto último. 

    Pero en el libro hablan mucho de la dieta paleolítica…

    Del paleolítico hay que aprovechar algunas cosas, como hacer ejercicio, unos 150 minutos de cardio a la semana, algo que actualmente no hace nadie aparte de los deportistas profesionales. Una de las cosas que más se repiten en el libro es que la silla es nuestro peor enemigo y ya no podemos prescindir de ella; un paleolítico se sentaría en el suelo. Y también hay que saber comer mejor por la salud propia y la del planeta, pero no existe una manera de comer paleolítica como tal. 

    Lo que hay que recuperar es el espíritu del estilo de vida paleolítico, que puede incluir, por ejemplo, bajar al bar a tomarte una cerveza. La vida del pueblo, que es neolítica, es lo más parecido. Ahora precisamente es la época de las fiestas, que están pensadas para encontrar pareja; una romería es paleolítica.

    Nuestra genética es heredera del paleolítico en lo físico: las dietas, el movimiento… ¿También en lo psicológico? 

    Lo mismo. Lo que vale para el cuerpo, vale para la mente. Hay un mensaje, el mensaje del paleolítico, que yo no siempre transmito: ¿cuál es la sensación que transmiten los pueblos, digamos, preindustriales? Es muy simple: nunca están parados, siempre están activos, y nunca tienen prisa. Esa es la verdadera reflexión: nunca estés parado, nunca tengas prisa. Porque prisa ¿para qué? ¿Para morirte? Porque nunca sabes lo que va a ocurrir, todo lo demás dependerá de ti. En realidad la gente del campo español tiene esa misma actitud, siempre están haciendo algo, pero tranquilamente. Existe un acrónimo, ANE: activo, no estresado. Están todo el tiempo moviéndose y haciendo cosas, pero estresados ¿para qué? En el campo, ¿dónde está la prisa? Sí, tienes que arar, que ordeñar, pero da igual si es a las 6:00 o a las 6:05.

    Un estudio sobre las poblaciones más longevas del mundo encontró tres factores que tenían en común: eran muy activos y trabajaban hasta muy mayores; tenían una dieta basada en el pescado y la verdura; y tenían mucha vida social. ¿Eso también está en nuestra genética?

    Eso es lo que pasaba en cualquier pueblo de Castilla. La gente del campo no para. No hay edad de jubilación. Siempre hay algo que hacer. Un abuelo, por ejemplo, que ya no está para arar el campo y se pone a trabajar en el huerto, no lo hace como un hobby, sino porque es lo que vio hacer a su padre. Y luego, además, a nivel social, hay una relación entre las diferentes generaciones. Todo eso es bueno para la mente y para el cuerpo. Hay que ver cómo adaptamos eso a la vida urbana.

    ¿Es posible deshacer el camino de la vida moderna y volver a esa vida?

    Paradójicamente, hay veces que las soluciones vienen solas. El teletrabajo es eso: esta es la tarea que tienes que hacer hoy, adminístrate. Un trabajo que, en principio, te permitiría parar y decir “me voy a comprar fruta y luego sigo”. Claro que hay soluciones, pero hay que buscarlas. Y luego, además, también hay un problema de actitud, porque el estrés muchas veces es auto estrés. Nos pueden estresar pero, sobre todo, nos estresamos a nosotros mismos.

  • «Los compuestos que fastidian las hormonas van a aumentar las enfermedades de forma exponencial. Lo peor está por llegar.»

    «Los compuestos que fastidian las hormonas van a aumentar las enfermedades de forma exponencial. Lo peor está por llegar.»

    “Los disruptores endocrinos son compuestos químicos que están en el medioambiente, en alimentos, cosméticos o plásticos y que acceden al organismo de los animales y de los humanos. Una vez dentro, afectan el equilibrio de las hormonas, las hackea”, explica Nicolás Olea en su despacho de la nueva Facultad de Medicina de Granada, a las afueras de la ciudad en un campus dedicado en exclusiva a las Ciencias de la Salud. Ha cambiado el céntrico sótano desde el que durante los 45 años que cumple ahora en la Universidad ha llevado a cabo buena parte de sus investigaciones plasmadas en más de 155 artículos en revistas científicas internacionales y nacionales por una planta 11 de generosas cristaleras desde la que disfruta y fotografía a diario los atardeceres con Sierra Nevada al fondo, como demuestra en un entusiasta scroll por la galería de su móvil. El problema, señala, es que a veces la boina de contaminación que cubre la ciudad le empaña las vistas. 

    Doble guerra declarada contra la nube tóxica cuya incidencia sobre su salud y la de sus vecinos conoce al detalle. Lo que sabe sobre disruptores endocrinos ha condicionado su forma de alimentarse y de cocinar. Tan presentes están en su día a día que incluso a la hora de posar ante la cámara, en vez de “queso”, dice con guasa “bisfenol A”, otro de esos químicos cuya presencia en el cartón, en los tickets del supermercado o en el papel reciclado se ha encargado de denunciar con éxito.

    La observación del entorno natural y los cambios en algunas especies animales a partir de la industrialización han sido el punto de partida para el estudio de los disruptores endocrinos en humanos. ¿Cómo empieza usted a investigarlos?

    Llevaba años estudiando hormonas, pero no sabía nada sobre las hormonas en el medioambiente. En 1992, la zoóloga Theo Colborn nos reunió a varios clínicos durante una conferencia en Wisconsin y nos dijo: “tenemos evidencia seria e importante de afectación hormonal en las especies animales (alteraciones en la reproducción, en la calidad del huevo, en el comportamiento poblacional de las aves, de los mamíferos, caimanes en el Lago Apopka de Florida que no tienen pene, emparejamientos anómalos de especies…). ¿De verdad no pasa nada de esto en humanos?”. Empezamos a tirar del hilo y vinieron las sorpresas. A finales de los años noventa se vio el impacto ambiental de los alquilfenoles, disruptores hormonales presentes, por ejemplo, en los detergentes y en el agua y sedimentos de los ríos. Ya en 1988 se había visto que el nonilfenol, de esta familia, era estrogénico [es decir, afectaba a las hormonas femeninas]. En la Universidad de Granada publicamos que estaba presente en el tejido adiposo [la grasa corporal] de las 20 mujeres de Granada que participaron en un estudio nuestro en 2008. Y en 2019 se estableció el vínculo con el cáncer de mama y se prohibió en Europa; 31 años después de que se viera que es hormonalmente activo. ¿Sabes cuántos casos de cáncer de mama ha habido cada año durante este tiempo en España? 33.000, de los cuales una parte no sabemos si grande o pequeña, está vinculada a esa exposición.

    ¿Por qué esa exposición afecta en mayor manera al sistema hormonal femenino? 

    En primer lugar, porque muchos de los disruptores endocrinos son estrogénicos. En segundo lugar, porque la fisiología de la mujer es completamente diferente: la ciclicidad hormonal, la dependencia de las hormonas durante la vida reproductiva, la menarquia, la menopausia… Es un mundo totalmente distinto y, desafortunadamente, la investigación se ha hecho siempre teniendo como modelo al varón blanco, saludable y rico.

    ¿De qué manera esta brecha de género en la investigación ha condicionado la toma de medidas y la regulación administrativa respecto a los disruptores endocrinos?

    La ha condicionado absolutamente. En el caso de los disruptores endocrinos, la brecha aumenta porque la información sobre toxicidad en mujeres es menor. Para nosotros fue una sorpresa hará unos 10 años cuando, a fuerza de acumular datos y revisarlos junto al estadístico, nos planteamos: ¿y si estratificamos por género? Empezamos a separar el análisis y se nos ponían los vellos de punta, ni las respuestas ni los efectos son los mismos. Y cuando nos dimos cuenta de que mujer, en algunos casos, puede significar maternidad pensamos: “¡Dios mío!”. Las embarazadas se convierten en las mayores transmisoras del riesgo a la descendencia, exponiendo al embrión y al feto. Si los hombres tuvieran a los niños, esto estaría controlado. También ocurre durante la lactancia y la crianza. Tenemos una serie de siete papers sobre contaminantes en la leche materna. No podemos demonizarla porque es el mejor alimento, pero la sociedad no puede seguir permitiendo que las madres estén expuestas a que haya aluminio, cadmio, arsénico, plomo, mercurio o litio en la leche.

    Entonces, ¿los niños y jóvenes son también más vulnerables a los disruptores endocrinos? 

    Sí. La mayor parte de las hormonas ejercen un papel primordial durante la fase embrionaria y fetal. Durante la pubertad se exacerba. Uno de los últimos estudios que he publicado es sobre pesticidas disruptores endocrinos empleados en los cítricos, como el clorpirifós. Este se prohibió el 30 de enero de 2020, pero hasta entonces era campeón en los cítricos e impulsor del adelanto en la pubertad en niñas y niños. La pubertad precoz se está viendo cada vez más, y no sólo influye en ella la alimentación, también la exposición química ambiental.

    CÓCTEL TÓXICO EN EL PLATO

    En abril de 2022, la Comisión Europea lanzó su hoja de ruta sobre la futura legislación de restricciones de sustancias químicas dañinas para la salud y el medioambiente. En ella figuran más de 1.500 disruptores endocrinos cuya regulación o prohibición se prevé completa para 2030. ¿En qué fase estamos?

    Vamos terriblemente tarde. Todo eso se había escrito y aprobado a finales de 2019 para lanzarlo en marzo de 2020. Vino el Covid y se aparcó. Ahora, muy tímidamente, en 2023, intentan rescatarlo. Aunque no todo: van a intentar la prohibición de los pesticidas y el aumento del cultivo agroecológico para 2030 con la estrategia de producción y consumo alimentario “De la Granja a la Mesa” [Farm to Fork]. Pero va tan retrasado que, incluso, 19 países de la Unión Europea –España no– han pedido desmarcarse de esto aduciendo que la guerra de Ucrania está teniendo tales consecuencias en los precios de los fertilizantes y de los pesticidas, que no les permite seguir cultivando sin el uso de esos productos químicos. Europa acaba de ceder en cosas tan llamativas como subir los límites máximos permitidos de pesticidas a lo que se trae de Sudamérica.

    ¿En qué aspectos de nuestra cotidianidad están presentes los disruptores endocrinos y cómo podemos evitarlos?

    En España solamente un 2% de los alimentos que consumimos tiene residuos de pesticidas fuera de la ley. Perfecto. Pero el 40% tiene residuos dentro de la ley y el gran problema es la suma de un residuo más otro. La producción convencional te asegura un aporte de productos químicos, como pesticidas. Frente a eso lo mejor es la producción ecológica. Los criterios de alimentación para todo el mundo tendrían que ser de proximidad, de temporada, no procesados y ecológicos (si tienes acceso). El quinto sería pagar el precio justo por la comida. Deberíamos plantearnos si escatimar en alimentos y después dejarnos la mitad del salario en telefonía móvil es justo. Hoy el presupuesto de una familia española para comida es del 16% de sus ingresos, en 1960 era el 60%. Los sociólogos lo ven como un progreso, pero al final dedicamos más dinero a la hipoteca o a un móvil que a la comida. No puede ser.

    Hay un sesgo de clase en ese sentido: el acceso a lo ultraprocesado es cada vez más barato y lo ecológico, más caro.

    Absolutamente. Hay mucha comida procesada (no ultraprocesada), como buena parte de lo envasado en cristal, que sí es de buena calidad y facilita, por ejemplo, el acceso a legumbres. El ultraprocesado, que es la comida basura, todo lo que el Covid ha potenciado de comida rápida, a domicilio o para llevar es de muy mala calidad y tiene unos precios en algunos casos ridículos. Eso contribuye a la exposición a contaminantes químicos tanto de la comida como del envasado y hace un daño importantísimo a nuestra salud. Si seguimos así, en 2030 el 50% de la población española será obesa o tendrá sobrepeso.

    Tanto por la cuestión medioambiental, como por el acceso a los alimentos, en líneas generales, ¿perjudica más nuestra salud la vida en la ciudad que en el pueblo?

    Probablemente lo más duro de todo en la ciudad sea la exposición ambiental y el acceso a la comida del día a día. En el medio rural se puede acceder más fácilmente a huertos y a producción de proximidad y temporada. Pero en ciudades como Granada, donde la contaminación ambiental está muy vinculada al tráfico y a las condiciones especiales de esta urbe, sin movimiento de aire, este es un problema enorme. Hace 50 años los contaminantes atmosféricos eran otros, ahora mismo los más abundantes son los microplásticos del desgaste de los neumáticos. Acceden a nuestro organismo por vía respiratoria y los tenemos circulando en sangre. Entre los hidrocarburos aromáticos policíclicos derivados de la combustión (HAPs), el plomo de la gasolina hasta hace pocos años y los plásticos, han hecho que el medioambiente urbano sea peligroso. Eso sí, si te vas al pueblo, que sea por encima de los 900 metros de altura, porque la mancha de suciedad llega hasta los 850. 

    En sus intervenciones insiste en el peligro del efecto cóctel. ¿Qué es y por qué lo considera la gran asignatura pendiente en cuanto a regulación?

    En Europa, el análisis y la regulación se centra en los compuestos químicos de manera individual a la hora de establecer sus límites de seguridad. Acota cuál es la cantidad máxima de cada residuo que puede quedar en un tomate o que puede haber en el agua para ese compuesto individual. Pero el tomate pasa por siete tratamientos y, a su vez, forma parte de la ensalada, que es el primer plato del menú del día. A ese efecto combinado se le llama efecto cóctel. La mala noticia es que este no se tiene en consideración para la regulación de los límites de compuestos químicos como contaminantes ambientales, su efecto real no está ensayado. Además, hay combinaciones infinitas entre los diferentes compuestos y de estos con las hormonas. Mientras que eso no se incorpore a la regulación, esta es una pantomima.

    Lleva 45 años investigando sobre los disruptores endocrinos. ¿Cómo ha condicionado su estilo de vida y el de su entorno todo lo que sabe?

    En casa lo hemos ido haciendo muy poco a poco. Hemos procurado quitar el plástico de nuestra vida. En la cocina no hay nada más que cristal. Tiramos las sartenes que eran de plástico y utilizamos mucho el acero para cocinar, se hacen casi todos los fritos y sofritos en la olla express. Los tuppers son de cristal y aunque tengan tapadera de plástico nunca la metemos en el microondas (el plástico ni ahí ni en el fregaplatos; el calor es su mayor enemigo). Todo lo que se compra de conserva es cristal y, siempre que podemos, compramos ecológico. En los supermercados convencionales ya hay unas líneas de ecológico muy grandes. La cosmética está reducidísima, buscamos productos de líneas que entienden de lo que hablamos. Respecto al textil, intentamos buscar algodón, pero ahí hay un problema enorme porque se usan muchos derivados del petróleo. También cumplimos con todas las reglas del reciclaje y separación de materiales esperando que alguien de verdad siga en la segunda parte.

    Muchos de los envasados de esas líneas “eco” de los supermercados que menciona son de cartón. Hace unos cuantos años denunciaba que este y otros materiales reciclados a menudo llevan componentes tóxicos como el bisfenol A (prohibido desde enero de 2023), que se obtienen en los propios procesos de reciclaje.

    El cartón tiene un grave problema: es fundamentalmente un material que viene del reciclado, que incorpora materiales que no estaban en el original. Publicamos hace tiempo la diferencia tan enorme que había entre el papel reciclado y el nuevo. El segundo era casi inerte y el reciclado tenía cosas que había recibido de fases anteriores. En 2007 señalamos la contaminación del papel reciclado con bisfenol A, cinco años después alguien cayó en la cuenta de que en las fábricas de papel reciclado no se está segregando y quitando el papel térmico (rico en este compuesto) que se estaba usando, por ejemplo, en los tickets de caja.

    Reciclar todas las botellas de plástico también es un gasto enorme, a veces este viene recuperado del mar y está altísimamente contaminado porque en su paso ha acumulado hidrocarburos aromáticos policíclicos, que no son solubles en el agua pero sí se pegan al plástico como el petróleo. Eso no puede ser materia prima para nada. En mi libro, Libérate de tóxicos (RBA), hay un capítulo que el editor no quería publicar: Quien recicla mierda, obtiene mierda reciclada. Se están vendiendo abrigos por 300 o 400 € porque indican en su etiqueta que están fabricados con plástico reciclado de 40 botellas PET, lo que no se cuenta es que compran las botellas vírgenes porque sale más barato que recogerlas en tiendas, limpiarlas y procesarlas. Es realmente reciclado, pero nunca ha estado en el mercado. Sin embargo, los envases de vidrio, como las botellas de cerveza, se pueden reutilizar mil veces. La reutilización está siempre antes que el reciclado, es mucho más importante la recuperación de los materiales para una segunda vida.

    Dice que “lo peor está por llegar”, ¿tan mal pinta la cosa? ¿Llegaremos a librarnos de los disruptores hormonales? 

    Lo comentaba en un congreso con ginecólogas y obstetras. Enfermedades como la infertilidad, la endometriosis o los problemas de regla han aumentado de una manera llamativa en los últimos años y desde su campo no hay una explicación plausible para ello. Nosotros sí la tenemos: la exposición química ambiental a compuestos que fastidian las hormonas. La generación de 50 años hacia arriba ha estado expuesta de una forma moderada, pero la gente del siglo XXI lo ha estado desde la fase uterina. Si nuestra hipótesis es cierta, lo peor está por llegar. El aumento de estas enfermedades no va a ser lineal, va a ser exponencial. El cáncer de mama aumenta un 2,4% cada año. No es cuestión de darse por satisfechos porque se vaya consiguiendo más curación, es que no podemos consentir que haya este problema.